miércoles, 28 de septiembre de 2011

Patasca, la sopa de mi abuela.

Cuando éramos niños siempre hemos tenido esa necesidad de preguntar por todo, de ser curiosos y fascinarnos por las historias y relatos, sobre todo si tienen algo de terror. Mis papás y abuelos son de la Sierra. Mis abuelos por parte de mi madre son de Huanuco, pero vivían desde que se casaron en Huancayo. Es en la casa de ellos donde normalmente venía con mi familia de Lima para pasar una temporada en las vacaciones.

Esta casa era acogedora, pero a la vez tenía ese aspecto lúgubre de las viviendas de la sierra. Pasaba el día jugando con mis hermanos, hasta que nos llamaban a almorzar y después continuamos con nuestras actividades infantiles. Mi abuela era esas típicas abuelitas que parecen salidas de un cuento, cariñosas, agradables, con un aire de misterio y conocimiento que lo da la vida. Ella nos preparaba sus viejas recetas y los platos típicos de donde ella había nacido. Yo no estaba familiarizado con este tipo de comida, ya que siempre había vivido en Lima y tenía acostumbrado el paladar hacia otras comidas. Pero sabía que cuando iba de vacaciones con mis abuelos comería esos platos, algunos para mí extraños que al final terminaron gustándome. Uno de ellos fue la Patasca.

Este plato lo preparaba mi abuela con mi mamá, un caldo concentrado con papás, mote, ajíes molidos, cebolla, entre otras cosas. Yo le decía a mi mama que era un aguadito serrano, que era una sopa que estaba más acostumbrado a comer. Mientras mis hermanos y yo jugábamos en el segundo piso podíamos saber que cocinaban abajo por el olor característico de la sopa, y también de otros olores para nosotros desagradables como la mazamorra de tocos o papa seca, que luego tendríamos que inventar alguna excusa infantil para no molestar a nuestra abuela.

Algunas veces bajábamos a ver como cocinaban, a mi me gustaba verlas hacerlo. Mi abuelita moviendo una olla inmensa con su cucharón de palo mientras agregaba ingredientes. Siempre voy a guardar esta imagen que de niño para mi me impactaba, a veces siendo algo cruel parecía esas brujas cuando están conjurando algún embrujo o hechizo, como las historias que ella nos contaba en las noches para asustarnos un poco.

Fue hasta un día que por descuido o por alguna otra razón, no lo recuerdo bien ya que tenía 6 o 7. Entre a la cocina y al ver que no estaba nadie, quería probar la sopa antes que sirvieran y al destapar la tapa vi la cabeza de un animal en la olla. Bueno, a esa edad fue algo impresionable, me asusté y llamé a mi abuela para decirle que un perro se había metido en la sopa, era lo que más o menos dije, aunque en realidad era la cabeza de un carnero con una mandíbula gigante.

Desde esa vez no quise probar ese plato, hasta las próximas vacaciones donde mi abuela estaba un poco enferma y le prepararon su comida favorita: la Patasca. Y tuve que comer por obligación.

Ahora en la actualidad aún lo sigo comiendo, porque es un plato que me recuerda esa época de mi niñez, esa casa, mi abuela moviendo una olla y porque siempre me gustó. Aunque siempre ya sea si lo cocinan en mi casa o un restaurante, pido que me sirvan sin cabeza.