jueves, 28 de julio de 2011

Triángulo de chocolate

Cuando era más joven, entiéndase entre un niño y casi un adolescente, osea un púber, entre 12 y 11 años maravillosos". Acostumbraba ver películas antiguas, de esas de blanco y negro de escasa nitidez. De pequeño se me vino la aficción-entre otras cosas- de ver esos viejos dinosaurios del celuloide, donde las mujeres van de azul y los hombres de gris. Utilizan un lenguaje sofisticado para decir te amo, y el preámbulo de un beso es tan largo como los créditos finales.

Me gustaba ver ese cortejo antiguo", ese palabreo poético y cansino. Uno de los gestos galantes de estas películas que me parece muy peculiar, es cuando un galante enamorado le envía una bebida(vino, champán, o lo que amerite) a la que es objeto de su amor. Llama al educado mozo y le hace llegar el obsequio a la distinguida dama. No la conoce, no sabe su nombre, solo sabe que es una princesa que conquista corazones al andar.Y por la magia del cine terminan juntos.

Siemre he pensado que esa magia existe, aunque la realidad se encargue siempre de desengañarnos. Una vez tuve la oportunidad de poner a prueba esa "magia. Iba en un bus de servicio público, en un asiento solitario. En una parada sube una chica de aproximandamente 15 años, tenía tres más que yo. Yo a mi corta edad, la veía como una de esas mujeres hermosas y fatales del cine hollywodense. Se sentó a cuatro asientos delante mío hacia el lado izquierdo. Podía verle de perfil. Silueteada figura, labios y nariz pequeña, corte sencillo y pulcro, con un mechón cayendo por su frente.

Ya se había percatado de que la miraba desde hace un rato, pero no le prestaba la menor importancia a un "crío" como yo. Luego de un rato del juego de mirarla e ignorarme, el cobrador vino a combrarme el pasaje. Yo sacaba lentamente el dinero cuando una idea tonta se me ocurrió. Imaginándome como en una de esas películas que veía, pensé en darle algo, un regalo, pero no tenía nada.

Para suerte o tragedia, un vendedor ambulante de golosinas subió al carro, yo lo llamé y se acercó. Le dije dame un triángulo de chocolate-que era el dulce más decente que tenía-me lo dió y en forma confidencial le dije dáselo a la chica del costado. El vendedor me miró como si fuera un tonto, pero en sus ojos apareció un brillo cómplice, un entendimiento natural. Así que sin más palabras fue presto y se lo entregó.

Yo aguardaba en mi asiento. Por un momento pensé en pararme y bajarme, pero me quede esperando. Vi como le entregó el chocolate y me señalaba, ella no lograba comprender o le tardó unos segundos. Volteó a mirarme y en ese momento, ya no sé lo que pasó. Por unos instantes en su rostro se formó una sonrisa intensa, dulce, seductora. Yo por mi parte debí tener una cara de sapo con fiebre.

En la siguiente parada se paró para bajarse. Antes de hacerlo me miró de nuevo, pero no como antes, no como un chibolo enano. Me miró de igula a igual". Por un instante me sentí grande, ufano, poderoso. Luego se bajó y aunque días despúes,en una manera poco sana de actuar, tomé varias veces la misma línea y la misma hora, pero no la encontré nunca.