Aquella mujer, no es como es ésa que da su risa por una moneda, ni su corazón por una razón. Aparentemente no es una doncella de cuentos azules, ni noches de estrellas. Se parecía más bien a la esposa de aquel hombre que se perdió diez años por los mares por desafiar a algún ser superior. Aquella mujer era tan bella como la que amaba el que con su canto calmaba bestias y producía lluvias en su tierra.
Más bien ella era como la reyna de las diademas, que mataba una amante cada noche negra. Su belleza era encanto de bestia, de ángel vengador, de amazona guerrera. Aquella mujer sabía tener a cualquier hombre a su merced, ella encantamiento de sirena, color de atardecer.
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